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¿A qué enfadarse? A qué romperse los puños contra una fuerza? La fuerza pasa, siempre debe pasar. Aún cuando mañana tuviésemos un rey, su primercuidado šería formar parte de la democracia, porque la rea!eza no es ya posible si no le cede la mitad de! trono.

Por otra parte, no prejuzgo la forma de gobierno; todos los ensayos pueden intentarse; hasta al cabo de cien años, nuestras catástrofes políticas, proceden de los tanteos para regular el funcionamiento normal de las nuevas sociedades. De ahí nuestro malestar, nuestras disputas, el desorden a que asistimos, y quea veces, en el desaliento de la hora actual, nos hace olvidar el gran trabajo del siglo.

Ni siquiera estoy hablando como republicano; hablo como hombre.

¿ Por qué no tener fe en la vida, en la humanidad? La sacude e impulsa un trabajo sordo.

Pues bien, ese trabajo no puede ser más que una dilatación del ser, una toma de posesión más vasta del mundo.

No hay ninguna razón para creer en el mal final; por et contrario, cuando se ha hecho la suma de esfuerzos, se comprueba siempre en la historia un paso más hacia adelante, a pe-