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| | hombres que no forman parte de la «claque»

juramentada que no aplaude sino a una şeñal del jefe, a Dios o al príncipe, al pueblo o a, la aristocracia? ¿ Dónde están los hombres que viven aislados, lejos de los rebaños humanos, los que acogen bien todo lo grande, los que desprecian las camarillas y preconizan la libertad ae pensar? Cuando estos hombres hablan, las gentes graves y estúpidas se enfadan y los abruman con su peso; luego vuelven con aire solemne a su digestión, y entre ellos prueban de una manera indudable que todos son unos imbéciles.

Les odio.

Odio a los burlones malsanos, a los jovenzuelos que chancean sobre todas las cosas, no pudiendo imitar la cargante gravedad de sus papás. Hay carcajadas más hueras aún que el silencio diplomático. La época de ansiedad en que vivimos trae aparejada una alegría nerviosa impregnada de angustia que me irrita dolorosamente, como el sonido de una lima frotada contra los dientes de una sierra. ¡Callad, todos •los que os habeis impuesto la tarea de divertir al público, vosotros no sabeis ya reir; reís con tal actitud, que producís