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o por lo menos el único en que los jueces se habían apoyado públicamente, ha sido falsamente atribuido al condenado, estando, sin duda alguna, escrito por otra mano. Estos hombres lo dicen y es denunciado el culpab'e. por el hermano del prisionero, que cumple así un ineludible deber. Y he ahí porqué debe empezar forzosamente un nuevo proceso que ha de determinar la revisión del primero si hay condena. ¿ No es esto perfectamente claro, justo y razonable? ¿Dónde podrá hallarse esa pretendida maquinación para salvar a un traidor? Que hay. traidor, nadie lo niega; lo justo es que sea el culpable y no un inocente quien expie ese crimen. Trátase, pues, de entregaros ei traidor verdadero.

¿ No debía bastar un poco de buen sentido? ¿A qué móvil obedecen los hombres que desean la revisión del proceso Dreyfus? Descartad el imbécil antisemitismo, cuya feroz monomanía ve en él un complot de raza, y e! oro de los judíos esforzándose en reemplazar uno de los suyos por un cristiano en la infamante cárcel. Esto no tiene razón de ser; las inverosimilitudes y las imposibilidades caen unas sobre otras; todo el oro de la tierra no comprará ciertas conciencias. Es preciso llegar a la realidad, que es la expansión natural, lenta, invencible, de todo error judicial. La