ga, de la pequeña Holanda, de todos los pueblos simpáticos del Norte, y también de los que hablan nuestro idioma: Suiza y Bélgica.
¿ Por qué tienen todos el corazón oprimido, embargado por ei sufrimiento fraternal? ¿Soñais en una Francia aislada de todo el mundo? ¿ No os agradaría que al pasar la fronterá nadie se burlase de vuestra legendaria fama de equidad y fraternidad? ¡ Ah, señores! Como tantos otros, acaso esperaís también que la prueba que justifique la inocencia de Dreyfus descienda del cielo, violenta como el rayo. La verdad no suele ofrecerse así; requiere algo de investigación y algo de inteligencia. La prueba! Sabemos todos dónde está, dónde encontrarla, pero sólo lo pensamos desde el fondo de nuestras almas; y nuestra angustia patriótica nos hace temer que un día se nos ofrezca esa prueba, como una bofetada, después de haber comprometido el honor del ejército en una mentira. Quiero ideclarar francamente que si hemos presentado como testigos a ciertos miembros de las Embajadas, nuestra voluntad formal 'era desde luego no citarlos aquí. Ha hecho reir nuestra audacia, pero no creo que se haya reido nadie desde el Ministerio de Negocios Extranjeros, porque allí han debido comprendernos. Hemos querido sencillamente demos-