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tumbres políticas abominables que deshonran a una nación libre.

Veremos, señores, si obedecereis. Pero no es cierto que yo esté aquí, ante vosotros, por la voluntad de M. Méline, quien sólo ha cedido a la necesidad de perseguirme, turbado, aterrorizado, por el nuevo paso que la verdad en marcha iba a dar. Todo el mundo lo sabe.

Estoy ante vosotros porque he querido; yo solo decidí que este obscuro y monstruoso asunto llegase a vuestra jurisdicción, para que Francia lo sepa todo, al fin, y séa justa. Mi actitud no tuvo otro objeto y mi persona no significa nada, la sacrifico voluntariamente, satisfecho de poner en vuestras manos, con el honor del ejército, el honor de la nación entera en peligro.

Si la luz no iluminó del todo vuestras conciencias, no fué culpa mía. Parece ser que yo he soñado queriendo tráeros todas las pruebas, estimándoos los únicos dignos, los únicos competentes. Se ha empezado por apartar de vosotros, con la mano izquierda, lo que se os ofrecía con la derecha; se aceptaba en apariencia vuestra jurisdicción, pero si se tenía confianza en vosotros para vengar a los miembros de un Consejo de guerra, otros oficiales quedaron intangibles, superiores a vuestra justicia. Compréndalo quien pueda. Es lo absurdo en la hipocresía y la evidencia, siguiéndose de aquí