ciencia humana emplea sus esfuerzos en una obra de verdad y de justicia.
¡Esa verdad, esa justicia que nosotros buscamos apasionadamente, las vemos ahora humilladas y desconocidas! Imagino el desencanto que padecerá sin duda el alma de M. Scheurer-Ketsner, y le creo atormentado por los remordimientos de no haber procedido revolucionariamente el día de la interpelación en el Senado, desembarazándose de su cargo, para derribarlo todo de una vez. Creyó que la verdad brilla por sí sola, que se le tendría por honrado y leal, y esta confianza le ha castigado cruelmente. Lo mismo le ocurre al teniente coronel Picquart, que por un sentimiento de elevada dignidad, no ha querido publicar las cartas del general Gouse; escrúpulos que le honran de tal modo que, mientras permanecerá respetuoso y disciplinado, sus jefes le hicieron cubrir de lodo, instruyéndole un proceso de la manera más inusitada y ultrajante. Hay, pues, dos víctimas, dos hombres honrados y leales, dos corazones nobles y sencillos, que confiaban en Dios, mientras el diablo hacía de las suyas. Y hasta hemos visto contra el teniente coronel Picquart este acto innoble: un tribunal francés consentir que se acusara públicamente a un testigo y cerrar los ojos cuando el testigo se presentaba para explicarse y de