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mantenemos en el ansia de justicia que nos devora; se trata del sable, del señor que nos darán acaso mañana. Y besar devotamente la empuñadura del sable, del ídolo, ¡no, eso no!

Por lo demás, queda demostrado que el proceso Dreyfus no era más que un asunto particular de las oficinas de Guerra: un individuo del Estado Mayor, denunciado por sus camaradas del mismo cuerpo y condenado bajo la presión de sus jefes.

Por lo tanto, lo̟ repito, no puede aparecer inocente, sin que todo el Estado Mayor aparezca culpable. Por esto las oficinas militares, usando todos los medios que les ha sugerido su imaginación y que les permiten sus influencias, defienden a Esterhazy para hundir de nuevo a Dreyfus. ¡Ah! qué gran barrido debe hacer el Gobierno republicano en esa cueva jesuitica (frase del mismo general Billiot). ¿Cuándo vendrá el ministerio, verdaderamente fuerte y patriota, que se atreva de una vez a refundirlo y renovarlo todo? ¡Conozco a muchas gentes que, suponiendo posible una guerra, tiemblan de angustia, porque saben en qué manos está la defensa nacional! En qué albergue de intrigas, chismes y dilapidaciones se ha convertido el sagrado asilo donde se decide la suerte de la patria! Espanta la terrible claridad que arroja sobre aquel