mente a la revisión del proceso Dreyfus; y el Estado Mayor no quiso a ningún precio desautorizarse.
Debió mediar un momento psicológico de angustia suprema entre todos los que intervinieron en el asunto; pero es preciso señalar que habiendo llegado al ministerio el general Billot, después de la sentencia dictada contra Dreyfus, no estaba comprometido en el error y podía esclarecer la verdad sin desmentirse. Pero no se atrevió, temiendo acaso el juicio de la opinión pública y la responsabilidad en que habían incurrido los generales Boisdeffre y Gouse, y todo el Estado Mayor.
Fué aquel un combate librado entre su conciencia de hombre y lo que él suponía el buen nombre militar. Pero luego acabó por comprometerse, y desde entonces, echando sobre sí los crímenes de los otros, se hace tan culpable como ellos; es más culpable aún, porque fué árbitro de la justicia y no fué justo. ¡Comprended esto! Hace un año que los generales Billot, Boisdeffre y Gouse, conociendo la inocencia de Dreyfus, guardan para sí esta espantosa verdad. ¡Y duermen tranquilos, y tienen mujer e hijos que los aman!
El coronel Picquart había cumplido sus deberes de hombre honrado. Insistió cerca de sus jefes, en nombre de la justicia, suplicándo-