dhon se vuelven peligrosos cuando resume en regla y quiere dictar las leyes del arte que sueña. No ve que Coubert existe por șí mismo, 'y no por los asuntos que ba escogido: el artista habría pintado con el mismo pincel romanos o griegos, Júpiters o Venus, y sería igualmente grande. En cuanto a mí, no el 'árbol, el rostro, la escena que se me representa, lo que me impresiona; es el hombre que encuentro en la obra, es la individualidad potente que ha sabido crear, al lado del mundo de Dios, un mundo personal que mis ojos no podrán olvidar y que reconocerán en todas partes.
Me place Courbet absolutamente, mientras que Proudhon sólo me, gusta relativamente.
Sacrificando al artista a la obra, parece creer es que se reemplaza fácilmente un maestro semejante, y expresa sus deseos con tranquilidad, persuadido de que no tendrá más que hablar para poblar de grandes maestros su ciudad. Lo ridículo estriba en que ha tomado una individualidad por un sentimiento general. Courbet morirá y nacerán otros artistas que no se le. asemejarán.
El talento no se enseña, crece en el sentido que le place.
No 'creo que el pintor de Ornans forme escuela; en todo caso, una escueia no probaría