de veinte a veinticinco años, no conoce casi a Courbet, cuyos últimos lienzos han sido muy inferiores. Me ha sido dado ver en la calle de Hautefeuille, en el tallèr del maestro, algunos de sus primeros cuadros. Me he sorprendido, y no he encontrado en aquellas telas graves y fuertes que se me habían pintado como monstruos, el más pequeño motivo de risa. Me imaginaba caricaturas, una imaginación loca y grotesca, y estaba ante una pintura ajustada, amplia, de una perfección y de una grandeza extremadas. Los tipos eran verdaderos sin ser vulgares; las carnes, firmes y flexibles, vivían poderosamente; los fondos se llenaban de aire, daban a lás figuras un vigor pasmoso. La' coloración, un poco apagada, tiene una armonía casi dulce, mientras que la justeza de los tonos, la amplitud de la factura establecen los términos y dan un 'extraño relieve a cada detalle. Cerrando los ojos, vuelvo a ver aquellas telas enérgicas, de una sola pieza, construidas con cal y 'arena, reales hasta la vida y bellas hasta la .verdad. 'Courbet es el único pintor de nuestra época; pertenece a la familia de los artífices de la carne, tiene por hermanos quieras que no, a Veronese, Rembrandt, Tiziano.
Proudhon ha visto como yo los cuadros de que hablo, pero los ha visto de otro