un 'cuadro sobre las costumbres de la turba.
Mi Courbet, el mío, es sencillamente una personalidad. 'El pintor comenzó por imitar a los flamencos y a ciertos maestros del Renacimiento. Pero su naturaleza se sublevaba y se sentíá arrastrado por toda su carne-por toda su carne, ¿lo entendeis?-hacia el mundo ma- 'terial que le rodeaba, las mujeres gruesas y los hombres vigorosos, las campiñas abundosas y copiosamente fecundas. Rechoncho y vigoroso, tenía el punzante deseo de estrechar entre sus brazos la verdadera naturaleza; quería pintar en plena carne y en pleno mantillo.
Entonces se produjo el artista que se nos da hoy como moralista. Proudhon lo dice él mismo, los pintores no siempre saben con precisión cuál es su valor y de dónde aquel valor les viene. Si Courbet, que se pretende muy orgulloso, saca. su orgullo de las lecciones que piensa darnos, tentado estoy a enviarle nuevamente a la escuela. Que lo es nada más que un pobre gransepa, no de hombre bien ignorante, que ha dicho mẹ- nos en veinte lienzos que la Civilité puérile en dos páginas. El no tiene más que el genio de la verdad y de la potencia. Que se conforme con su lote.
La generación joven, hablo de los mozos