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sias !» Por lo demás, la confesión es todavía más completa, cuando dice: «El arte no puede nada directamente para nuestro progreso; la tendenciá es bien; prefiero esto: prescindid de él y no hablemos más die ello. Pero no vengais a declamar orgullosamente: «Consigo echar los cimientos de una crítica de arte racional y seria», cuando marcháis en pleno error.

Me imagino que Proudhon habría incurrido en error entrando a su vez en la ciudad modelo y sentándose en el banquete socialista. Se le habría expulsado implacablemente.

¿ No era él un gran hombre, una poderosa inteligencia personal, en el más alto grado? Todo su odio a la individualidad recae sobre a prescindir de él.» Pues él y le condena. Hubiese venido a nuestro encuentro, de nosotros los artistas, los prosgriptos, y nosotros le habríamos acaso consolado, admirándolo, pobre gran orgulloso que habla de modestia.

II Proudhon, después de haber pisoteado el pasado, sueña un porvenir, una escuela artística para su ciudad futura. Haoe de Courbet el revelador de esta esauela, y arroja el incensario a la cabeza del maestro.

TOMO IX 8