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de decir lo que tiemen en sus entrañas y no lo que tienen en las suyas los imbéciles de su tiemņo? Que Proudhon arrastre por el lodo a Leopoldo Robert y Horacio Vernet, me es casi indiferente; pero que sé ponga a admirar el Marat y el Juramento del Juego de Pelota, de David, por razones de filósofo y de demócrata, o que rasgue los lienzos de Eugenio Delacroix en nombre de la moral y de la razón, esto no puede tolerarse. Por todo lo del mundo yo no querría ser elogiado por Proudhon; él se elogia a sí propio elogiando a un artista, él se complace en la idea y en el asunto que el primer peón de albañil podría hal'ar y disponer Estoy aún demasiado dolorido de la carrera que he hecho con él en los siglos. No amo ni a los egipcios, ni a los artistas ascéticos, yo que no admito en el arte más que la vida y la personalidad. Amo, al contrario, la libre manifestación de los pensamientos individuales-lo que Proudhon llama la anarquía,-amo el Renacimiento y nuestra época, esas luchas entre artistas, esos hombres de los que cada uno viene a decir una palabra todavía ayer desconocida. Si la obra no es de sangre y nervios, sino es la expresión entera y punzante de una criatura, rechazo la obra, aunque fuese la Venus de Milo.