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Elogio de Leonardo
 

pero revela en lo inconcluso de la realización el aletazo de un numen caído.

Con todo, aquellas obras son como otros tantos asteroides sembradores de luz.

De esa carnación salen el Correggio y el Giorgione. En aquella furia de jinetes que luchan está el ímpetu de Rubens. En ese clarobscuro de la Virgen de las Rocas, flotando de aquel azul montañés que marida la peña al abeto en las gargantas del Albano natal, vibra la negra luz de Rembrandí. Y el discipulado ilustre se reparte por filiación la gracia de las Marías y de los ángeles para Luíni, la delicada fuerza de la Monaca y del Orefice para Boltraffio, la delicia satánica y, por lo mismo, angélica del San Juan para los Sebastianes efébicos del Sodoma.

Y todavía las invenciones: con

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