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Elogio de Leonardo
 

se le estuviera visiblemente deshojando en una mansedumbre de lirios pensativos; las manos lentas y corteses, en un ademán que ennoblecía la pausa filosófica; sobresaliente el garbo con aquel desembarazo esbelto de los pinos natales; arrogante el paso y como blandido por la fibra del jarrete montañés; único por el tipo que humana y divinamente generalizaba la luz intelectual; fuerte hasta lo asombroso con aquel vigor que partía la herradura de un potro paduano entre los dedos formidables, y hermoso como el libre amor del cual había nacido.

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