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—Hablan como todos. Dijeron: "¡Carajo! ¡No te escaparás!" "¡Viejo e mierda!" "¡Camina!" "¡ Jijoputa!". . . Están vestidos como el burro mojino. Andan muy fuerte. ¿Has visto por onde se fueron?

—Se fueron por la cueva, a la carrera. ¡Van a volver! ¡Vas a ver! ¡Han salido de la cueva! ¡Así decía mama! ¡Que salen de la cueva con espuelas y con látigos y en muías relinchando y con patas con candelas!

—Mientes Mama no decía así. ¡Estos son cristianos, como nosotros! ¡Vas a ver que mañana volverán otra vez y los verás que son cristianos! ¡Ahí verás!

Juan y su hermana guardaron silencio. Seguían preguntándose a sí mismos por qué se llevaban al Braulio y al taita. ¿ Adonde se los llevaban? ¿Los volverán a soltar? ¿Cuándo los soltarán? ¿Qué les harán? ... Y la mujercita dijo, tranquilizándose:

—¿Y los otros? ¿Y los hombres y las mujeres que iban con ellos? ¿No ves? ¡Son cristianos! ¡Yo sé lo que te digo!

—Los otros —argumentaba en tono siempre febril y temeroso Juan—, los otros sí son cristianos. Pero no son sus compañeros. Los habrán sacado de sus chozas como al taita y al Braulio. Vas a ver que a todos los van a meter en la cueva. ¡Vas a ver! ¡Antes que amanezca! Ahí adentro tienen su palacio con unos diablos de reyes. Y hacen sus fiestas. Mandan por gente para que sirvan a los reyes y vivan allí siempre. Unos se escapan, pero casi todos mueren adentro. Cuando están ya viejos, los echan a las candelas para achicharrarlos vivos. Uno salió una vez y contó a su familia todo . . .

La hermana de Juan se había quedado dormida. Juan siguió pensando mucho rato en los