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vo pronto! ¡Vuelvo con el Braulio! ¡Vuelvo! ¡Vuelvo!

Los chicos se agarraron fuertemente a las piernas de Braulio y del viejo, llorando:

—¡No, no, taita! ¡No te vayas! ¡No nos dejes! ¡No te vayas! . . .

Uno de los gendarmes los tomó por los brazos y los apartó de un tirón. Pero, al soltarlos para ir a montar, los chicos se precipitaron de nuevo hacia el viejo y hacia Braulio, llorando desesperadamente e impidiéndolos moverse. El padre los apartaba, consolándolos:

—¡Bueno! ¡Bueno! ¡Ya está! ¡Ya está! Cállense! ¡Vayanse! ¡Vayanse onde la Bárbara!

Braulio habría querido abrazarlos, pero le habían amarrado los brazos a la espalda.

El sargento, ya a caballo, vociferó con cólera:

—¡Arza, carajo, viejo cojudo! ¡Camina y no nos jodas más!. . .

La comitiva arrancó. Tomo la delantera el sargento al trote. Luego, un gendarme, con el otro conscripto, Isidoro Yépez, a pie y atado a su mula. Y luego, otro gendarme, y, junto a él, Braulio Conchucos, también a pie y atado a su cabalgadura. Un jalón repentino y brutal tiró de la cintura a Braulio, que habría caído al suelo de no ir amarrado estrechamente al pescuezo de la bestia, y Braulio empezó a correr al paso acelerado de las mulas. Cerraba la comitiva, a retaguardia, un tercer gendarme fumando su cigarro. Detrás, seguían las familias de los "enrolados".

En el momento de ponerse en camino la mula del gendarme que llevaba a Braulio, éste, tirado por sus amarras, dio el primer paso atropellando a sus hermanos, que cayeron al suelo. Braulio pisó sobre el vientre de la mujercita. Esta permaneció sin resuello unos segundos, tendida. El chico volvió a levantarse, medio ciego y