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de pequeños objetos pintorescos del bazar y con niños que la mayor inocencia imaginable, como ignoran lo que hacen.

Los soras, mientras por una parte se deshacían de sus posesiones y ganados en favor de Marino, Machuca, Baldazari y otros altos empleados de la "Mining Society", no cesaban, por otro lado, de bregar con la vasta y virgen bajíos, raleza, asaltando en las punas y en los oasis en la espesura y en los acantilados, nuevos que surcar y nuevos animales para amansar y criar. El despojo de sus intereses no parecía infligirles el más remoto perjuicio. Antes bien, les ofrecia ocasión para ser más expansivos y dinámicos, ya que su ingénita movilidad hallaba más jubiloso y efectivo empleo. La conciencia económica de los soras era muy simple: mientras pudiesen trabajar y tuviesen cómo y dónde trabajar, para obtener lo justo y necesario para vivir, el resto no les importaba. Solamente el día en que les faltase dónde y cómo trabajar para subsistir, sólo entonces abrirían acaso los ojos y opondrían a sus explotadores una resistencia seguramente encarnizada. Su lucha con los mineros, sería entonces a vida o muerte. ¿Llegaría ese día? Por el momento, los soras vivían en una especie de permanente retirada, ante la invasión, astuta e irresistible de Marino y compañía.

Los peones, por su parte, censuraban estos robos a los soras, con lástima y piedad.

— ¡Qué temeridad! - exclamaban los peones, echándose cruces - ¡Quitarles sus sembríos y hasta su barraca! ¡Y botarlos de lo que les pertenece! ¡Qué pillería!

Alguno de los obreros observaba:

– Pero si los mismos soras tienen la culpa. Son unos zonzos. Si les dan el precio, bien; si