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¡Sin ideas, sin noción de nada, sin conciencia de

nada! ¡Reventarían! De esto estaba completamente convencido Leónidas Benites. Y justamente, por estarlo no podía explicarse el agrimensor por qué seguía oyendo y discutiéndole a Huanca, un hombre chiflado y ante quien él, Benites, aparecía nada menos que como enemigo y explotador de la clase obrera y campesina.

—Pero, Huanca

le

argumentó Benites

no diga usted diáparates. Nosotros, los intelectuales, estamos lejos de ser enemigos de la clase obrera. Todo lo contrario: yo, por ejemplo, soy el primero en venir a hablar con ustedes espontáneamente y sin que nadie me obligue y hasta con peligro de que lo sepan los gringos y me boten de Quivilca. El apuntador le respondió violentamente: Pero yo le apuesto que si mañana le vuelven a dar su puesto los gringos, usted no vuelve más a buscarnos y, si hay una huelga, será Ud. el primero en echarles bala a los peones Los dijo Servando Huanca ¡Sí! ¡Sí! obreros no debemos confiarnos de nadie porque nos traicionan. Ni de doctores, ni de ingenieros, Los obreros estamos solos ni menos de curas. contra los yanquis, contra los millonarios y gamonales del país, y contra el Gobierno, y contra los comerciantes, y contra todos ustedes, los in.

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telectuales.

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Leónidas Benites se sintió profundamente herido por estas palabras del herrero. Herido, humillado y hasta triste. Aunque rechazaba la mayor parte de las ideas de Huanca, una misteriosa e irrefrenable simpatía sentía crecer en su espíritu, por la causa en globo de los pobres jornaleros de las minas. Benites había también visto muchos atropellos, robos, crímenes e ignominias practicados contra los indios por los yan-