es poner en acción su potencia desproporcionada con los medios sensibles, tendiendo así a crear, por medio de la experiencia inteligible y del raciocinio, la necesidad de nuevos modos de percepción, que un día quedará fisiológicamente satisfecha. Por lo que ya sabemos, podemos inferir que el nuevo sentido será de penetración centrípeta, y que nos dará por transparencia otra impresión y otra noción de la forma. Hoy mismo apreciamos visualmente el volumen mediante una experiencia educadora que nos revelan los ciegos devueltos a la vista. Con el nuevo sentido adquiriremos la estereognosis de adentro afuera.
Mucho antes que esos griegos, en lo remoto de un pasado sin historia, los arios de la India habían calculada a su vez la duración de los períodos de manifestación del universo, cuya existencia consiste, según ellos, en estados de actividad: los monvántaras, y otros correspondientes de pasividad o de reabsorción: los pralayas, cifrando dicha duración con cuatrocientos once billones cuarenta mil millones de años.
Ignoramos la experiencia y los cálculos de que se valieron; mas los números que hemos llegado a formar en los dominios de nuestra atomística, oblígannos a mirar con respeto aquel resultado. El no revela que esos altísimos filósofos cuyas especulaciones todavía admiramos, habían concebido también el espacio con tamaño, bajo la noción de tiempo, o sea en su cuarta dimensión: circunstancia preciosa para completar su análisis, pues ese tiempo,