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EL TAMAÑO DEL ESPACIO

nos una fundamental modificación. Trátase, como es sabido, del desplazamiento de partículas microscópicas en el agua quieta: verdaderos corpúsculos bailarines como los ratoncillos que recordábamos; y en tal concepto, inquietantes transgresores de la gravitación.

Dicho movimiento, que no manifiesta ninguna tendencia apreciable al reposo, al equilibrio ni a la coordinación: perfectamente irregular, por lo tanto, presenta en la descripción diagramada del cuadriculado o de los círculos concéntricos, una poligonal semejante a la que resultaría de la vinculación lineal de los astros en el firmamento, o una distribución no menos parecida a la de dichos astros ante la visión corriente. Débese a Einstein el cálculo y la experimentación, en cuya virtud se ha comprobado la igualdad entre la energía media de traslación y la energía media de rotación de la particula.

Este sometimiento del desorden aparente al cálculo que originariamente reposa en una noción de ritmo, permite suponer una armonía inapreciable por nuestros medios, pero a la cual puede obedecer el movimiento de la partícula. Lo arbitrario resultaría una mera comprobación de nuestra insuficiencia. Probablemente el movimiento de la partícula nos revela, como una especie de pulso, la acción de

fuerzas solicitantes que corresponden a un estado de materia y a un espacio donde la inercia no tenga ya significación: veríamos, por decirlo así, el títere, sin sospechar la dirección de sus hilos.