han averiguado el análisis riguroso y la experiencia minuciosa, no la intuición.
Pero estábamos en que la convicción sensible se forma de meras apariencias.
Efectivamente: todas nuestras impresiones sensitivas son fenómenos de contacto. Así, la vista es el de la luz con la retina; la audición el de la onda sonora con el tímpano; el gusto y el olfato, los de las partículas del cuerpo sápido u oloroso con la mucosa bucal o nasal. Podemos referir esos fenómenos, así como su clasificación perceptiva, a transformaciones del tacto, lo cual fué, como todos lo recuerdan, una ocurrencia filosófica de Condillac. Este, en su Tratado de las Sensaciones, procuró demostrar, bien que a pura dialéctica, que el hombre reducido al sentido del tacto únicamente, podía llegar a experimentar todas las sensaciones normales; imaginando al efecto una estatua animada en la cual despertaban sucesivamente los sentidos. El caso de la muchacha de Bastan, Helena Keller, quien, sorda, muda y ciega, fué educada, sin embargo, completamente, hasta apreciar la posibilidad de percibir sin tocar, mediante el tacto auxiliado por el olfato y el gusto, pone aquella hipótesis del filósofo francés entre las anticipaciones geniales. Podemos, pues, generalizar, proponiendo a título de contraprueba, que la anafía de nacimiento, o falta completa del tacto, constituiría una deficiencia incorregible pan la apreciación del mundo exterior. Este punto es, como va a verse, de la mayor importancia.