misma forma sensible. De tal modo, la luz zodiacal asume una expansión discoidal que, por lo demás, satisface a la teoría física de su formación, según Poincaré (Leçons sur les Hypothèses Cosmogoniques, pág. 18); Y la Vía Láctea, conforme a la densidad del conjunto de sus estrellas, que aumenta desde los polos al acuador galácticos, tendría una forma lenticular: idea confirmada por la experiencia, desde W. Herschel hasta Struve. Adviértase que digo forma sensible, para excluir adrede la noción geométrica del invariante.
Por otra parte, la idea de un ámbito continente presume magnitud y límite; y más todavía si, como en la definición de Pascal, consideramos al universo una esfera. Tal esfera, sea dicho de paso, resulta una amplificación del cóncavo ilusorio que constituye la bóveda celeste. Ahora sabemos que ésta es una mera cortina de moléculas de aire que interceptan el rayo azul del espectro.
Mas la paradoja inseparable de la intuición espacial, comprende también a los elementos que la constituyen. Efectivamente, si el universo es el devenir complejo de una causa simple, la transformación del ser en estado, la manifestación de lo absoluto por lo relativo, ello equivale a decir que la luz absoluta proyecta sombra. Es que en todo esto sigue imperando la idea teológica, la noción de un dios que realiza la paradoja y el absurdo como expresiones de su voluntad omnipotente y arbitraria, a título de amo del universo. El plan concéntrico del Paraíso medioeval si-