Pero en todos los casos, desde la primera ilusión hasta la experiencia que la desvanece, el hombre había imaginado detrás de la bóveda, o en el misterio de un estado trascendente, al dios personal de las religiones o a la causa motriz que condicionaría la variedad del universo apreciable, por una suerte de imperativa reducción a la unidad. Conforme a esta idea, el universo, en su complejidad, sería el constante devenir de una causa perfectamente simple, la transformación del ser en estado, la manifestación de lo absoluto por lo relativo. El ámbito sin fondo, o abismo en que está contenida la materia apreciable, daríanos la noción de ese fenómeno; y resultando con ello ilimitado, la sinonimia de espacio y de infinito. Un día Pascal formulará la definición perfectamente satisfactoria de esa concepción del universo totalizado, diciendo: "es una esfera inmensa, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna". Y ese día la intuición geométrica pronunció irrevocablemente su última palabra.
La aparente grandeza del universo así concebido, no es sino una generalización de la impotencia para limitar en que la sensibilidad se encontró, al intentar la apreciación del espacio celeste o ámbito sin fondo por sus propios medios. No bien compruebo la imposibilidad de llegar al fondo o término del ámbito, por más que ande en una dirección dada, y hasta de imaginarlo siquiera, comprendo o creo comprender que el espacio es infinito.