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ra (y así la pintaria yo si tuviese el pincel de Ticiano), plantada enfrente del embelesado corregidor, fresca, magnífica, incitanto, con sus nobles formas, con su angosto vestido, con su elevada estatura, con sus desnudos brazos levantados sobre la cabeza y con un trasparente racimo en cada mano, diciéndole, entre una sonrisa irresistible y una mirada suplicante en que titilaba el miedo: —Todavía no las ha probado el señor obispo. Son las primeras que se cogen este año.

Parecia una gigantesca Pomona, brindando frutos á un dios campestre;—á un sátiro, vg. En esto apareció al extremo de la plazoleta empedrada el venerable obispo de la diócesis, acompañado del abogado acadé mico y de dos canónigos de avanzada edad, y seguido de su secretario, de dos familiares y de dos pajes.

Detúvose un rato su ilustrisima á contemplar aquel cuadro tan cómico y tan bello,