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mente por los ojos; pero ésta, sin descomponerse, extendió la mano, tocó el pecho de su señoría con la pacífica violencia é incontrastable rigidez de la trompa de un elefante, y lo tiró de espaldas con silla y todo.

Ave María Purísima!—exclamó entonces la navarra, riéndose á más no poder. Por lo visto, esa silla estaba rota...

—¿Qué pasa ahí?—exclamó en esto el tio Lúcas asomando su feo rostro entre los pámpanos de la parra.

El corregidor estaba todavía en el suelo boca arriba, y miraba con un terror indecible á aquel hombre que aparecia en los aires boca abajo.

Parecia el diablo vencido, no por San Miguel, sino por otro demonio del infierno.

—¿Qué ha de pasar?—se apresuró á responder la señá Frasquita.—¡Que el señor corregidor puso la silla en vago, fué. á mecerse, y se ha caido...

¡Jesus, María y José!—exclamó á su vez el molinero.—¿Y se ha hecho daño su señoría? ¿Quiere un poco de agua y vinagre?