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El pobre hombre fué á hablar y se quedó con la boca abierta, embelesado ante aquella grandiosa hermosura, ante aquella esplendidez de gracias, ante aquella formidable mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de limpia y riente boca, de azules é insondables ojos, que parecia creada por el pincel de Rubens.

—Frasquita...—murmuró al fin el delegado del Rey con acento desfallecido, miéntras que su marchito rostro, cubierto de sador, destacándose sobre su joroba, expresaba una inmensa angustia.—Frasquita...

—Me llamo,—contestó la hija de los Pirineos.—¿Y qué?

—Lo que tú quieras, répuso el viejo con una ternura sin límites.

—Pues lo que yo quiero,—dijo la molinera, ya lo sabe usia. Lo que yo quiero es que usia nombre secretario del ayuntamiento de la ciudad á un sobrino mio que tengo en Estella, y que así podrá venirse de aquellas montañas, donde está pasando muchos apuros...