venir á probar las primeras uvas de la parra. ¿Y cómo lo pasa su señoría? ¿Cómo lo pasa la señora?
El corregidor estaba turbado.
La ansiada soledad en que encontraba á la señá Frasquita le parecia un sueño, ó un laze que le tendia la enemiga suerte para hacerle caer en el abismo de un desengaño.
Limitose, pues, á contestar: —No es tan temprano como dices... Serán las tres y media...
El loro dió en aquel momento un chillido.
—Son las dos y cuarto, dijo la navarra, mirando de hito en hito al madrileño.
Este calló, como reo convicto que renuncia á la defensa.
—¿Y Lúcas? ¿Duerme?—preguntó al cabo de un rato.
(Debemos advertir aquí que el corregidor, lo mismo que todos los que no tienen dientes, hablaba con una pronunciacion floja y —sibilante, como si se estuviese comiendo sus propios labios.) —De seguro,—contestó la señá Fras-