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rosetas de maiz, si era invierno, y castañas asadas, y almendras, y nueces, y, de vez en cuando, en las tardes muy frias, un trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), á lo que por Pascuas se solia añadir algun pestiño, algun mantecado, algun rosco, ó alguna lonja de jamon alpujarreño.

—¿Tan rico era el molinero, ó tan imprudentes sus tertulianos?—exclamareis, interrumpiéndome.

Ni lo uno ni lo otro. El molinero sólo tenia un pasar, y aquellos caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en un tiempo en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes á la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces como aquel en tenerse ganada la voluntad de regidores, canónigos, frailes, escribanos y demas personas de campanillas. Así es, que no faltaba quien dijese que el tio Lúcas (tal era el nombre del molinero) se ahorraba un dineral al año á fuerza de agasajar á todo el mundo.—