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á pesar dió el corazon que era una santa, de todo lo que V. me habia contado...

Bueno, que hable!...— dijo el tio Lúcas.

Yo no hablo!—contestó la molinera.—El que tiene que hablar eres tú...

Porque la verdad es que tú...

Y la seña Frasquita no dijo más, en virtud del invencible respeto que le inspiraba la corregidora.

—Pues ¿y tú?—respondió el tio Lúcas, perdiendo de nuevo toda, fe.

—Ahora no se trata de ella,—gritó el corregidor, tornando tambien á sus celos.¡Se trata de V.!... Se trata de esta señora...

¡Ah! Merceditas... ¿Quién habia de decirme que tú...

—Pues tú?—repuso la corregidora, midiéndolo con la vista.

Y durante algunos momentos los dos matrimonios repitieron cien veces las mismas frases: —¿Y tú?

—¿Pues y tú?