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Todos creyeron que le habia escupido: tal gesto, tal ademan y tal tono de voz acentuaron aquella frase.

El rostro del molinero se transfiguró al oir la voz de su mujer. Una especie de inspiracion, semejante á la de la fe religiosa, habia penetrado en su alma, inundándola de luz y de alegría... Así es que, olvídándose por el momento de cuanto habia visto y creido ver en el molino, exclamó con las lágrimas en los ojos y la sinceridad en los labios: —¿Conque tú eres mi Frasquita!

No!—respondió la navarra fuera de sí. ¡Yo no soy ya tu Frasquita! Yo soy...

¡Pregúntaselo á tus hazañas de esta noche, y ellas te dirán lo que has hecho de este corazon que tanto te queria!...

Y se echó á llorar, como una montaña de hielo que se hunde y principia á derretirse.

La corregidora se adelantó hácia ella sin poder contenerse, y la estrechó en sus brazos con cl mayer cariño.

La señá Frasquita se puso entónces á be-