cer? gritó el corregidor, muerto de susto. Lo de mi tiro era una broma... Mira..los cachorrillos están descargados... En cambio, es verdad lo del nombramiento...
Aquí lo tienes... Tómalo... De balde...
Y lo colocó temblando sobre la mesa.
—Ahí está bien,—repuso la navarra.
Mañana me servirá para encender la lumbre cuando le guise el almuerzo á mi marido.
Lo que es de V. no quiero ya ni la gloria; y si mi sobrino viniese alguna vez de Estella, seria para pisotearle á V. la fea mano con que ha escrito su nombre en ese papel indecente! ¡Ea, lo dicho! ¡Márchese V. de —mi casa! ¡Aire, aire! ¡Pronto!... ¡Que ya se me sube la pólvora á la cabeza!.
El corregidor no contestó á este discurso.
Habíase puesto lívido, casi azul; tenia los ejos torcidos, y un temblor, como de terciana, agitaba todo su cuerpo. Por último, principió á castañetear los dientes, y cayó al suclo, presa de una convulsion espantosa.
El susto del caz, lo muy mojado de todas sus ropas, la violenta escena del dormitorio,