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la cabeza para excitar en ella la vena de los embustes. ¿Cómo va de salud? ¡A ver, secretario, échele V. un vaso de vino al tio Lúcas! ¿Y la señá Frasquita? ¿Se conserva tan guapa? ¡Ya hace mucho tiempo que no la he visto! Pero, hombre... ¡Qué bien salc ahora la molienda! ¡El pan de centeno parece de trigo candeal!... Conque... vaya...

Siéntese V. y descanse, que, gracias. á Dios, no tenemos prisa.

—¡Por mi parte, maldita aquella!—contestó el tio Lúcas, que hasta entonces no habia despegado los labios, pero cuyas sospechas eran cada vez mayores al ver el amistoso recibimiento que se le hacia despues de una órden tan terrible y apremiante.

—Pues entonces, tio Lúcas—continuó el alcalde, supuesto que no tiene V. gran prisa, dormirá V. acá esta noche, y mañana temprano despacharemos nuestro asuntillo...

—Me parece bien—respondió el tio Lúcas con un disimulo que no tenia nada que envidiar á la diplomacia del Sr. Juan Lo-