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Entre el clamor aciago del cortejo,
por sobre el hombro de los mocetones,
tambalean los míseros cajones
infundiendo estupor al barrio viejo
ese espectro de seis interjecciones.

Ataúdes que avanzan destilando,
a intermitencias, sangre putrefacta,
mientras llantos, maldiciones y bravatas
miles de proletarios van clamando.

Con la carga del fúnebre guebranto
de la urbe trasponen los alcores,
¡parias que ayer gestaban sus amores,
hoy los desflocan en el camposanto!...

Ya llegaron. Las tumbas los guardan
con quietud de tinieblas infinitas.
Sobre el pecho fraterno como lágrimas,
los puñados de tierra se deslizan
y remedando sarta de reptiles,
mientras la fosa su avidés convierte,
la evocación retrae los fusiles
que les dieron la muerte.

Mas antes que los tapen, los del crimen,
lúgubremente, desde el fondo, gimen:
¡Adiós, sol! ¡Padrenuestro!... Salve, hermanos!
¡Hogar tronchado, luchas que redimen!
¡Por egoísmo de quienes nos oprimen
serviremos de pasto a los gusanos!