Toca aquí, ¿ves? Se me hinchó.
—¿A ver cómo te dejó?
¡A la pucha!... ¡Qué rareza!
No es un chichón lo que te hallo.
—¿Qué hallaste!... Un bicho, tal vez?
—Lo que vos aquí tenés...
es un tremendo... ¡zapallo!
—¡Salí, vos también, salí!
Sos un embustero, sí. (Gimoteando).
¡Todos m'embroman a mí!...
Siempre soy lo más güenita,
y aunque tuavía soy chiquita,
ya sé lavar la ropita
cuando me pongo en la tina,
y dispués en la cocina...
—Puso un güevo Catalina...
—Sí, sí; seguí la jarana.
¡Le diré a Alejo y verás!...
—Está bien, no llores más,
mi pobrecita Mariana.
Mira, cuando vea al chinito,
le viá cortar los embroyos,
o le hago probar mis boyos.
—Sí; hacéselo por malito...
Esperá, te hago otro mate.
—Bueno, pero date prisa
que a mi mamá allí estoy viendo,
y es capaz que una paliza
me da, si no ando vendiendo.
—Toma el mate. ¿Dónde está?
¿Pero no ves, sonso, que
se paró un rato porque
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