more estaba en el desván, de modo que no pude entregárselo á él mismo; pero se lo di á la panora, y ella me prometió llevárselo en seguida.
Y viste tú al señor Barrymore?
—No, señor; como le digo, estaba en el des* Y si no le viste, ¿cómo sabes que estaba en desván?
Vea, señor: es natural que la señora supiese dónde estaba su marido—dijo el administrador agriamente. No ha recibido acaso el telegrama el señor Barrymore? Si ha habido alguna equivocación, es él el que debe venir á quejanse.
Me pareció que sería infructuoso llevar más lejos la pesquisa, pero lo que acababa de oir me bastaba para saber que, á pesar del ardid de Holmes, no teníamos prueba alguna de que Barrymore no hubiera estado aquellos días en Londres. Suponiendo que hubiera estado en Londres... suponiendo que el hombre que había sido el último en ver vivo á sir Carlos hubiera sido también el primero en descubrir y acechar al heredero á su llegada á Inglaterra, ¿qué resultaba entonces? Era él un instrumento de otros, ó abrigaba algún designio propio? ¿Qué interés podía tener en perseguir á la familia de los Baskerville? Pensé en el extraño aviso recortado del editorial del Times. Había sido aquello obra suya, ó había sido obra de algún interesado en contrarrestar sus planes? El único móvil concebible era el surgido por sir Enrique: que si se intimidaba á la familia, para mantenerla lejos del Hall, los Barrymore aseguraban la posesión cómoda y permanente de la casa. Pero un móvil semejante era completamente inadecuado para explicar la trama misteriosa y sutil que