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muerte del anciano. ¿Sería Barrymore, después de todo, la persona que habíamos visto en el cab en la calle Regent? La barba podía ser la misma.

Es cierto que el cochero nos había descrito un bre un poco más bajo, pero tal vez esta impresi fuera errónea.

Cómo conseguirfa yo esclarecer de una vez esté punto? Lo primero que había que hacer, naturalmente, era ver al administrador de correos y telégrafos de Grimpen, y averiguar si el telegrama de prueba había sido entregado, en efecto, á Barrymore en propias manos. Fuera cual fuese el resultado de esta pesquisa, siempre me serviría para comunicar algo á Sherlock Holmes.

Sir Enrique tenía que examinar una cantidad de papeles después del desayuno, de modo que la ocasión era propicia para mi excursión. Después de una caminata agradable de cuatro millas por la orilla del páramo, llegué á una pequeña aldea agrisada, en la que se destacaban dos grandes edificios, que resultaron ser la posada y la casa del doctor Mortimer. El administrador de correos y telégrafos, que era también el almacenero de la población, recordaba claramente el asunto del te fegrama.

—En efecto, señor—me dijo;—hice entregar el telegrama al señor Barrymore, tal como se me pedía.

Quién lo entregó?

—Mi hijo; aquí está. Santiago, ¿no es cierto que tú entregaste aquel telegrama al señor Barrymore la semana pasada?

—SI , papá, es cierto.

—En propias manos?—pregunté:

—Vea, señor: en aquel momento el señor Ba-