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Pero el comedor que abría al vestíbulo, en el piso bajo, era un lugar de sombras y de tristezas.

Era un salón slargado, con una grada que separaba el estrado donde se sentaba la familia, de la parte más baja reservada para los subordinados.

En uno de los extremos, dominaba el recinto la galería de los ministriles. Negras vigas cruzaban de un muro al otro en lo alto, dejando ver detrás de ellas el techo ennegrecido por el humo. Con hileras de antorchas flameantes que lo iluminaran, y con los colores y, la ruda y estrepitosa alegría de un festín del tiempo antiguo, aquello habría sido quizá más suave; pero, en aquel momento, en que dos caballeros vestidos de negro estaban allí, sentados á la mesa, dentro del pequeño círculo de luz de una lámpara cubierta por su pantalla, la voz se hacía silenciosa y el espíritu. se recogía. Una confusa serie de antepasados, en toda clase de trajes, desde el caballero del tiempo de Isabel hasta el lechuguino de la Regencia, nos miraban desde sus cuadros, intimidándonos con su silenciosa compañía. Hablamos poco, y me alegré mucho cuando la comida hubo concluído y pudimos retirarnos al moderno salón de billar, á fumar un oigarrillo.

—Palabra de honor, que no es éste un lugar muy alegre—dijo sir Enrique.—Supongo que uno ha de poder llegar á adaptarse á él; pero me siento un poquito fuera del marco, por ahora. No me maravillo de que mi tío viviera en un continuo sobresalto, completamente solo como estaba en una casa como ésta. Pero, si le parece á usted, nos retiraremos temprano esta noche y quizá mañana, á la luz del día, las cosas nos parezcan alegres.

Antes de meterme en la cama aparté las corti-