res, los altos zócalos de armas en los muros, todo confuso y triste á la poco brillante luz de la lámpara olocada en el centro.
—Todo es tal como me lo imaginaba—dijo sir Enrique.— No es esto el verdadero cuadro del hogar antiguo? Pensar que ésta ha sido la misma casa donde ha vivido mi familia durante quinientos años! La sola idea de ello me hace la impresión de algo solemne...
Vi que su rostro obscuro se encendía de infantil entusiasmo al mirar á todos lados. La luz daba de lleno en el sitio en que él estaba, pero largas somibras bajaban arrastrándose sobre los muros y flotaban encima de él como un dosel negro. Barrymore había vuelto, después de llevar las valijas & nuestros aposentos. Estaba de pie, delante de nosotros, en la actitud sumisa de un sirviente bien educado. Era un hombre de notable presencia, alto, guapo, de barba negra cuadrada, y rostro pálido y distinguido.
—¿Desea, señor, que se sirva ya la comida?
—¿Está pronta ?
—Lo estará en pocos minutos, señor. Los señores encontrarán agua caliente en sus piezas. Mi mujer y yo tendremos mucho gusto, sir Enrique, en permanecer con el señor hasta que haga sus arreglos; pero el señor comprenderá que ahora, á causa del cambio, la casa va á exigir un personal considerable.
Qué cambio?
—Me refiero, señor, á que sir Carlos hacía una vida muy retirada, y nosotros podíamos satisfacer todas sus necesidades. Pero el señor deseará, naturalmente, estar más acompañado; y por esto va á ser necesario modificar el servicio.