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y en ángulo muy agudo salía una sola columna de humo negroand — Bienvenido, sir Enrique ! Bienvenido á Baskerville Hall!

Un hombre alto, salido de algún rincón del pórtico, se acercó á abrir la portezuela. La figura de una mujer se destacaba contra la luz amarillenta del vestíbulo. Se adelantó también y ayudó al hombre á bajar nuestras valijas.

—Usted no tendrá inconveniente en que de aquí me vaya directamente á casa, sir Enrique—dijo el doctor Mortimer.—Mi mujer me está esperando.

—Pero hágame el favor de bajar á tomar alguna cosa.

—No; tengo que irme en seguida. Seguramente he de tener que hacer en cuanto llegue. Bajaría para enseñarle á usted la casa, pero Barrymore lo ha de hacer mejor que yo. Adiós, y no deje de mandarme buscar á cualquier hora del día ó de la noche, si cree que puedo serle útil.

El ruido de las ruedas del break se perdió á lo lejos en el camino, mientras sir Enrique y yo entrábamos en el vestíbulo y la puerta resonaba pesadamente al cerrarse detrás de nosotros.

Nos encontramos en un hermoso aposento, vasto, de techo alto, cuya armadura se asentaba sobre enormes cabrios de roble ennegrecidos por los años. En la gran estufa de estilo arcaico, detrás de los morillos de hierro, crepitaba y detonaba un confortante fuego de leña. El baronet y yo extendimos hacia él las manos, pues estábamos entumecidos á causa del largo viaje en coche. Después nos pusimos á contemplar lo que nos rodeaba: la larga y estrecha ventana de viejos vidrios de colo-