dición que nos leyó el doctor Mortimer, y guardese de gruzar el páramo «en aquellas horas tenebrosas en que el Espíritu del Mal anda suelto.> Eché una mirada al andén cuando lo hubimos dejado muy atrás, y vi en él la alta y austera figura de Holmes que nos miraba, inmóvil.
El viaje fué rápido y agradable, y lo aproveché para estrechar relaciones con mis compañeros, mientras hacía caricias al podenco del doctor Mortimer. A las pocas horas, las tierras grises que atravesábamos se hicieron rojizas, el ladrillo se convirtió en granito, y vimos vacas que pacían en campos bien cercados, en los que el pasto obscuro y la vegetación más desarrollada denunciaban un clima más rico, aunque más húmedo. El joven baronet miraba ávidamente por la ventanilla, y lanzaba exclamaciones de júbilo al reconocer detalles del panorama de Devonshire que le eran fami—, liares.
—He recorrido una buena parte del mundo des de que salí de aquí, doctor Watson—dijo;—pero no he visto nunca una región que pueda compararse á ésta.
—No he conocido nunca por mi parte, un hijo de Devonshire que no crea ciegamente en su provincia observé.
—Eso es una cuestión tanto de raza como de suelo dijo el doctor Mortimer.—Una mirada que le echemos á nuestro amigo nos hará ver en seguida la cabeza redondeada del celta, cabeza que encierra en sí el entusiasmo céltico y la fuerza de adhesión. La cabeza del pobre sir Carlos era de tipo muy raro: medio gálico, medio hiberniano en sus características. Pero usted, sir Enrique, era 3