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1 puesta que le dió el cochero. Por un instante no despegó los labios, estupefacto. Después se echó á reir cordialmente.

— Tocado, Watson!—exclamó.—El golpe es indiscutible. Reconozco que la hoja de mi adversario es tan rápida y tan flexible como la mía. Me ha alcanzado lindamente esta vez. De modo que se llamaba Sherlock Holmes, no?

—Sí, señor, así se llamaba.

—Excelente! Dígame ahora dónde lo tomó usted, y qué fué todo lo que pasó.

—Me llamó & las nueve y media en la plaza de Trafalgar. Dijo que era pesquisante y me ofreció dos argentinos si hacía todo el día lo que él me dijera, sin discutir nada. Acepté en seguida.

Primeramente fuimos al Northumberland Hotel y esperamos allí hasta que salieron dos caballeros, que tomaron un coche de la fila. Seguimos al coche hasta que se paró en una casa cerca de aquí.

—En esta misma puerta—dijo Holmes.

—Puede ser. Yo no podría asegurarlo, pero me parece que mi pasajero ha de saberlo. Nos paramos á mitad del camino en esta calle y esperamos una hora y media. Después, los dos caballeros pasaron por junto á nosotros, á pie, y los seguimos por la calle Baker y por...

—Ya lo sé—interrumpió Holmes.

—Habíamos andado ya unas tres cuartas partes de la calle Regent cuando el pasajero levantó el postiguillo y me gritó que fuera directamente á la estación Waterloo lo más ligero que pudiese.

Castigué la yegua, y llegamos en diez minutos.

Entonces me pagó los dos argentinos, como buena persona que era, y se metió en la estación. Se iba ya cuando dió media vuelta y me dijo: «Tal vez