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Ibamos á sentarnos á comer cuando llegaron dos telegramas. El primero decía:

«Acabo de saber que Barrymore está en el Hall.

»—Baskerville.

El segundo era éste :

«Visité veintitrés hoteles indicados, pero siento »comunicarle no pude encontrar hoja cortada del »Times.—Cartwright.» —Se rompen dos de mis hilos, Watson. No hay estimulante mejor que el hecho de que todo se vuelva contra uno. Tenemos que ponernos á pensar en otra pista.

—Nos queda aún el cochero del cab.

—Justo. He telegrafiado al Registro Oficial para saber su nombre y domicilio. No me sorprendería que ésta fuera precisamente la respuesta á mi pregunta.

Pero lo que acababa de hacer sonar la campanilla resultó ser algo más satisfactorio aún que una simple respuesta; porque se abrió la puerta y entró un individuo de rudo aspecto, que era evidentemente el mismo cochero.

—Me han mandado avisar de la oficina—dijo,—que un señor con esta dirección ha estado preguntando por el 2704. Hace siete años que manejo mi coche, y nunca he tenido una sola queja. Vengo derechamente de la parada á preguntarle á usted en su cara qué tiene que decir de mí.

—No tengo nada absolutamente que decir de usted, amigo—dijo Holmes. Por el contrario, tengo medio argentino para usted si contesta francamente las preguntas que le haga.

—¡Vaya! Lo que es el día ha sido hoy bastantebueno, no hay duda—dijo el cochero haciendo