¡Ojalá todas nuestras dificultades se resuelvan con la misma facilidad !—dijo Sherlock Holmes.
—Pues esto es muy singular—observó el doc tor Mortimer.—Yo mismo registré minuciosamente esta pieza antes del lunch.
—Y yo también—dijo sir Enrique.—Palmo á palmo.
—Y en aquel momento no había positivamente ningún botín.
—Entonces el camarero debe haberlo puesto aquí mientras comíamos.
Se mandó buscar al alemán, pero éste declaró que no sabía nada respecto, y ninguna investigaeión ulterior pudo esclarecer el hecho. Con ello venía á agregarse un item más á aquella serie constante, y aparentemente sin objeto, de pequeños misterios que con tanta rapidez se habían sucedido unos á los otros. Haciendo á un lado la siniestra historia de la muerte de sir Carlos, teníamos en el corto espacio de dos días todo un reguero de inexplicables incidentes, que comprendía: el recibo de la carta con los recortes del Times, el espía de barba negra en el cab, la pérdida del botín amarillo, la pérdida del botín negro, y luego, la reaparición del primero de estos dos. Holmes no despegó los labios en el coche, mientras volvíamos á Baker Street, y por sus cejas fruncidas y por su semblante rígido comprendí que su mente estaba absorta, como la mía también, en la empresa de fraguar un plan al cual pudieran ajustarse todos estos episodios extraños y, al parecer, inconexos. Todo aquel día, hasta las últimas horas de la tarde, mi amigo estuvo sentado, inmóvil, perdido en medio de sus pensamientos y del humo del tabaco.