mejor que él. Nadie puede afirmar esto con más confianza que yo.
La proposición me tomó completamente desprevenido; pero, sin darme tiempo á que contestara, sir Enrique me tomó la mano y me la estrechó calurosamente.
— — Sí, sí, doctor Watson! ¡Es mucha bondad la suya—me dijo.—Usted ve lo que me pasa, y conoce el asunto tan bien como yo. Si usted viene á Baskerville y me ayuda, me hará un servicio que no olvidaré nunca.
La perspectiva de una aventura ejercía siempre en mí, entonces, una especie de fascinación; y, por otra parte, me sentía halagado por las palabras de Holmes y por la vehemencia con que el baronet me había acogido por compañero.
Iré, con mucho gusto—dije.—En verdad, no sé cómo podría emplear mejor el tiempo.
—Y mándeme informes minuciosos de lo que pueda ocurrir—me dijo Holmes.—Cuando llegue la crisis, que llegará, le indicaré á usted lo que haya que hacer. Supongo que para el sábado todo podrá estar listo...
—Le vendría bien eso al doctor Watson?
—Perfectamente.
—Entonces el sábado, á menos que se le comu:
nique & usted otra cosa, nos encontraremos en la estación Paddington para tomar el tren de las diez y treinta.
Nos habíamos levantado para despedirnos cuando sir Enrique soltó una exclamación de alegría, y precipitándose á uno de los rincones del saloncito se agachó y sacó de debajo de una étagére un botín amarillo.
—¡El botín perdido !—exclamó.