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—Probablemente usted se equivoca en cuanto á la profesión del hombre.

—No, señor; hace muchos años que viene á parar á este hotel, y lo conocemos muy bien.

Ah, eso es otra cosa! La señora Oldmore también... creo recordar este nombre. Disculpe mi curiosidad, pero muchas veces cuando uno va á visitar á un amigo, encuentra otro.

—Es una señora enférma, señor. El marido fue una vez alcalde de Gloucester. Se aloja siempre aquí cuando viene á Londres.

Muchas gracias. Temo que no esté tampoco entre mis relaciones. Con estas preguntas hemos dejado sentado un hecho muy importante, Watson—continuó Holmes, en voz baja, mientras subíamos la escalera.—Ahora sabemos que estas personas tan interesado en nuestro amigo no se han establecido en el mismo hotel donde él se aloja.

Lo que quiere decir que aun cuando están, como hemos visto; tan deseosas de vigilarlo, están igualmente deseosas de que él no las vea. Pues bien :

este es un hecho muy significativo.

¿Por qué?

Significa... | Hola, querido amigo! ¿Qué demonios le pasa!

Al llegar á lo alto de la escalera habíamos tropezado con sir Enrique Baskerville en persona.

Tenía el rostro encendido de cólera, y de una de sus manos colgaba un botín viejo y sucio de polvo. Tan furioso estaba que apenas podía articular las palabras, y cuando al fin habló, lo hizo en un dialecto mucho más libre y más yanqui que el que habíamos oído por la mañana.

No parece sino que en este hotel me hubieran tomado por un zopenco 1—exclamó.— Como