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V

TRES HILOS ROTOS

Sherlock Holmes tenía en alto grado la facultad de distraer á voluntad su espíritu. Durante dos horas pareció olvidar totalmente el extraño asunto que nos preocupaba, y se absorbió por completo en el examen de los cuadros de los pintores belgas modernos. Y desde que salimos de allí hasta que llegamos al hotel, no habló sino de arte, sobre el cual tenía las ideas más elementales.

—Sir Enrique Baskerville está esperando á ustedes arriba—dijo el conserje.—Me ha pedido que los hiciera subir en cuanto llegaran.

—Tendría usted inconveniente en que diera un vistazo á su registro?—le preguntó Holmes.

—De ninguna manera.

En el registro aparecían inscriptos dos nombres después del de sir Enrique Baskerville. Uno era: «Teófilo Johnson y familia, de Newcastle ; » ef otro: «Señora Oldmore y sirvienta, de High Lodge, Alton.» —Este es seguramente el mismo Johnson que yo conozco —dijo Holmes, dirigiéndose al conserje. No es un abogado, cojo, de pelo cano?

—No, señor, éste es el señor Johnson, duetto de minas de hulla, un caballero joven y ágil, de la edad de usted, más o menos.