la mitad la distancia que nos separaba de ellos. Y así, conservándonos siempre á unas cien yardas, los seguimos hasta la calle de Oxford, y por ésta hasta a de Regent. En una ocasión, se pararon para mirar el escaparate de una tienda, al ver lo cual nosotros, hicimos lo mismo. Un instante después, Holmes soltó una exclamación de sorpresa, y siguiendo la mirada de sus ojos ansiosos, vi que se fijaban, hacia el otro lado de la calle, en un cab que, después de haberse detenido como nosotros, echaba á andar otra vez lentamente en nuestra misma dirección.
—Ese es el hombre, Watson! ¡Corra!... Le echaremos un buen vistazo, si es que no podemos hacer más.
Aceleramos el paso, y en el mismo instante en que alcanzábamos al cab vi dentro de él, á través de la ventanilla lateral, una barba negra y tupida y un par de ojos escrutadores que se fijaban en nosotros. Inmediatamente se alzó con violencia el postiguillo del techo del carruaje, le gritaron algo al cochero, y el cab salió á escape por la calle Regent. Holmes buscó ansiosamente con los ojos otro coche, pero no se veía ninguno desocupado.
Entonces echó á correr también, como un loco, por el medio de la calle; pero la ventaja que nos llevaba el cab era demasiado grande, y pronto se perdió de vista.
— Vea usted !—dijo Holmes contrariado, surgiendo pálido y jadeante de entre la corriente de vehículos.— Se ha visto nunca una suerte más puerca y un procedimiento más estúpido que el mío? Watson, Watson; si su conciencia es honrada, usted tendrá que consignar también este fracaso, y presentarlo contra mis triunfos.