hotel. ¿Qué le parece? ¿por qué no me hacen el favor, usted y su amigo, el doctor Watson, de ir á tomar el lunch con nosotros, á las dos? Entonces podré decir á usted, de una manera positiva, qué es lo que pienso sobre el asunto.
—No tiene usted inconveniente, Watson?
—Ninguno.
—Bueno; puede usted esperarnos. ¿Hago llamar un cab?
—Preferiría caminar, porque esta conversación me ha sofocado un poco.
—Yo lo acompañaré á pie con mucho gusto le dijo el doctor Mortimer.
—Entonces, hasta luego, á las dos. Au revoir.
Oímos las pisadas de nuestros visitantes, que bajaban la escalera, y en seguida el golpe de puerta de calle al cerrarse. En un instante, Holmes dejó de ser el lánguido soñador, para convertirse en el hombre de acción.
— Su sombrero y sus botines, Watson! | pronto... No hay que perder ni un momento y al decir esto corrió á su cuarto, del que salió, pocos segundos después, correctamente vestido de levita.
Bajamos precipitadamente la escalera y salimos & la calle. El doctor Mortimer y sir Enrique estaban ya como á doscientas yardas, del lado de la calle de Oxford.
—Corro á detenerlos?
—Por nada del mundo, mi querido Watson !
Me doy por muy satisfecho con la compañía de usted, si es que usted tolera la mía. Nuestros amigos han hecho muy bien, porque la mañana es lindísima, por cierto, para dar un paseo á pie.
Holmes apretó el paso, y llegamos á reducir á