teniéndolo para ello & una ó dos pulgadas de sus ojos.
—¿Qué hay?
—Nada—dijo dejando el papel sobre la mesa.Es una media carilla completamente en blanco, sin Aligrana siquiera. Creo que hemos sacado ya todo cuanto hay que sacar de esta curiosa carta. Vamos á ver ahora, sir Enrique: le ha sucedido á usted alguna otra cosa de interés desde que está en Londres?
—No, señor Holmes. Creo que no.
No ha notado que alguien lo siga ó lo obBerve?
—Parece como si hubiera venido aquí á meterme en el centro mismo de una novela de folletín exclamó el baronet.— Para qué diablos tiene que seguirme ó que observarme nadie?
—Vamos á llegar ya á eso, sir Enrique. ¿No tiene usted nada más que comunicarnos antes de que entremos en materia?
— Vaya! Eso depende de lo que usted considere digno de ser comunicado.
Considero digno de ser comunicado todo cuanto salga de la rutina ordinaria de la vida.
Sir Enrique se sonrió.
No conozco gran cosa las costumbres en Inglaterra, por cuanto he pasado casi toda mi vida en los Estados Unidos y en el Canadá. Pero supongo que el que uno pierda de repente uno de sus botines no es cosa que entre en la rutina ordinaria de la vida en Londres.
Ha perdido usted uno de sus botines?
—Mi querido señor—intervino el doctor Mortimer, dirigiéndose al baronet; se ha extraviado solamente. Seguramente lo habrán encontrado ya 15